miércoles, 25 de mayo de 2016

GarabaTEOs (X): Un cordobés en Milán


Yo ya estuve en Milán. Yo ya estuve en San Siro.

Vale, no fue viendo una final de Champions League como la del próximo sábado. Ni siquiera fue viendo un partido. Pero sí que fue meses después de vivir en directo el primer Roma-Real Madrid de la historia (1-2) y semanas antes de hacer lo propio con un Roma-Barça (3-0), ambos de esa misma competición. Aquella edición de Champions, por cierto, la cerraría precisamente Zidane con su archifamosa volea en Glasgow.

Corría, por tanto, el curso 2001-2002. 

Yo estaba "de Erasmus" en Roma y pesaba 15 kg. menos que ahora.

En realidad, ya había pasado por Milán años antes, con el viaje fin de curso de instituto. Pero esta vez fue diferente; seguramente por que en la segunda ocasión iba yo solo, resultando así todo más intenso y especial. Era la época del hambre de mundo, de sentirte una esponja y  siempre querer conocer más lugares, más libros y más personas. Podría decir que era otra vida.

De Milán recuerdo los relieves de las paredes del "hall" de la estación de tren, la blancura artificial del Duomo recién restaurado, la extrema educación de la gente y sus abrigos largos y oscuros (era enero), mi almuerzo en un MC Donalds en la misma mesa que unos desconocidos con los que entablé conversación o el haber contemplado a solas La Última Cena de Leonardo (que, por cierto, encontré por casualidad y que -mayor casualidad- vi gratis porque un día al año no se pagaba... y era justamente ese día).

Pero, sobre todo, recuerdo otro lugar con el que me topé sin pretenderlo: la basílica de San Ambrosio, una de las iglesias más antiguas de la ciudad (s. IV) y cuyo tenebroso toque paleocristiano,  en aquella oscura y fría tarde de invierno, te hacía estremecer.

Y sí, claro, también estuve en el estadio de San Siro/Giuseppe Meazza, que es a lo que íbamos. Un estadio que, como suele ocurrir en Italia, comparten los dos equipos de la ciudad (aunque ahora el Milán planea hacerse otro). También, curiosamente, compartían dentro del mismo un pequeño museo donde había una ínfima muestra de sus respectivos palmarés. Desde el graderío y en comparación con Santiago Bernabéu, Camp Nou u Olímpico de Roma, San Siro es un estadio bastante pequeño. Y que, por su diseño, provoca al asistente la sensación de estar poco menos que una caja de cerillas.

En la visita turística se incluía la entrada a los dos vestuarios, lugares que por entonces aún no se podían ver en los estadios de FC Barcelona ni Real Madrid (de hecho, creo que, a día de hoy, los vestuarios que se muestran en los respectivos tours de estos campos españoles son los visitantes y no los locales).  Y me hice la foto en el lugar donde se sentaba Fernando Redondo, hasta poco antes ídolo merengue, así como en el del mítico Maldini.

También había un lugar reservado para un español milanista: José Mari. Y no era el único que jugaba ese año en Italia, pues Guardiola lo hacía en el Brescia, Mendieta en la Lazio, etc...

Entre eso y la llegada del Euro, los españoles nos sentíamos en Italia como en casa. Como ocurrirá este fin de semana en Milán.

Aunque yo no estaré allí. Porque ya estuve.

En otra vida. 

Teo Fernández Vélez

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